El Cultural

Primera Palabra, February 2021

LITA CABELLUT. THE LASHES OF GYPSY BLOOD IN SILENCE.

text by Luis Maria Ansón.

I published on this page of El Cultural a few months ago an article about the strength of Spanish female painters. I underlined in it the quality of Lita Cabellut, “influenced by Bacon and the decomposed faces”. Among a hundred constructive letters, I received one from Antonio Garrigues focused on the figure of the Aragonese artist.

Some say that Lita Cabellut lived a desolate childhood, that her mother practiced prostitution, that she abandoned her as a young girl, that she starved, begged barefoot and in rags on the streets of Barcelona, and slept in the open sky. She was lucky to be welcomed by a wealthy family and her new life opened the paths of art for her. Today she works in a large studio workshop in The Hague and dreams of living next to a stream on the outskirts of Madrid to be near the Prado Museum. She objectively has become an international painter.

Several analysts claim that Lita Cabellut is a communication genius and that her devastating childhood story is an invention designed to attract attention and facilitate her artistic success.

Lita Cabellut makes singular hyperrealism, far from that of Antonio López or Andrew Wyeth, the author of that unforgettable World of Cristina, to which I have paid so much literary attention for many years. In the Aragonese painter tremble strokes of Bacon, Eugène Freud, Jackson Pollock or Modigliani, and she is in permanent search of the depth of Rembrandt or Goya. She takes pleasure in the constant effort to psychologically portray the characters she paints.

"The skin is a key piece in Cabellut's works because it shows the scars of pain, the devastation of the passage of time," Heberto de Sysmo wrote. Apart from the series of paintings on Frida Kahlo and Coco Chanel, widely diffused, Lita Cabellut has painted disturbing interpretations of characters such as Sigmund Freud, Federico García Lorca, Nureyev or Stravinski.

As in the verses of Gamoneda, lit by light, Lita sometimes discards the cracked dermis and feels that "her skin is fresh like the skin of the river." She is then beware of those like Mark Rothko who feed on the perfume of suicide. She paints the pain of the unhealed wounds and the "living thickness in the blue webs of the eyelids." Her spatulas are useful, along with brushes, for the preparation of the agony, for the scourge of the extinct gods.

"When I need to feel the lashes of my blood, I prefer silence", said the painter; and she adds surprisingly: "I wish I could paint as Camarón sings." Lita Cabellut, who has exhibited all over the world, several times in Spain, garnered countless awards and recently the one awarded in that country with as much plastic tradition as the Netherlands, which named her "Artist of the Year 2021" a few months ago. Those who know her well assure me that Lita Cabellut is increasingly interested in Asian culture. The cry of the East is heard in her studio. The artist has managed to grasp the light of the moon, the shadows of Rembrandt, the abstract delirium of Pollock and the blacks of Goya with full hands. She maybe she turns her eyes, maybe she has already turned them, towards the Far East with embers of Wang Wei and Tu Fu, with the haikus of Basho. Shanghai will soon become a mecca for artists, as for many years was Paris, then New York, perhaps now Berlin.

Painting for Lita Cabellut is, as for Leonardo, poetry that is seen and not heard. The Aragonese artist paints with two heels what will be seen tomorrow mocking the dictatorship of the critics. She is already stepping on the other vanguard and she appears before the world, from her abysmal Quixote, "charming as Jerusalem, terrible as an army in battle order."

EL CULTURAL, EL MUNDO

LITA CABELLUT. LOS LATIGAZOS DE LA SANGRE GITANA EN EL SILENCIO

texto por Luis María Ansón

Publiqué en esta página de El Cultural hace unos meses un artículo en torno a la fuerza de las pintoras españolas. Subrayé en él la calidad de Lita Cabellut, “influida por Bacon y los descompuestos rostros”. Entre un centenar de cartas constructivas, recibí una de Antonio Garrigues centrada en la figura de la artista aragonesa.

Aseguran algunos que Lita Cabellut vivió una infancia desolada, que su madre ejerció la prostitución, que la abandonó siendo una niña de pocos años, que pasó hambre, mendigó descalza y en harapos por las calles barcelonesas, y durmió al raso. Tuvo la suerte de que la acogiera una familia adinerada y su nueva vida abrió para ella los caminos del arte. Hoy trabaja en un gran estudio-taller en La Haya y sueña con vivir junto a un arroyo a las afueras de Madrid para estar cerca del Museo del Prado. Objetivamente se ha convertido en una pintora internacional.

Afirman varios analistas que Lita Cabellut es un genio de la comunicación y que la devastadora historia de su infancia es un invento destinado a llamar la atención y a facilitar su éxito artístico.

Lita Cabellut hace un hiperrealismo singular, lejano al de Antonio López o al de Andrew Wyeth, el autor de aquel inolvidado Mundo de Cristina, al que tanta atención literaria he prestado desde hace muchos años. En la pintora aragonesa tiemblan ramalazos de Bacon, Eugène Freud, Jackson Pollock o Modigliani, y está en búsqueda permanente de la profundidad de Rembrandt o de Goya. Ella se recrea en el esfuerzo constante de retratar psicológicamente a los personajes que pinta.

“La piel es pieza clave en las obras de Cabellut, porque muestra las cicatrices del dolor, la devastación del paso del tiempo”, ha escrito Heberto de Sysmo. Aparte de la serie de cuadros sobre Frida Kahlo y Coco Chanel, largamente difundidos, Lita Cabellut ha pintado inquietantes interpretaciones de personajes como Sigmund Freud, Federico García Lorca, Nureyev o Stravinski.

Igual que en los versos de Gamoneda, encendidos de luz, Lita desecha a veces las dermis agrietadas y siente que “su piel es fresca como la piel del río”. Se guarda entonces de aquellos como Mark Rothko que se alimentan con el perfume del suicidio. Pinta el dolor de las heridas sin cicatrizar y el “espesor viviente en las redes azules de los párpados”. Las espátulas se muestran útiles, junto a los pinceles, para la preparación de la agonía, para el azote de los dioses extinguidos.

“Cuando necesito sentir los latigazos de mi sangre, prefiero el silencio”, ha dicho la pintora; y añade de forma sorprendente: “Ojalá pudiera pintar como canta Camarón”. Lita Cabellut, que ha expuesto en todo el mundo, varias veces en España, cosechó infinidad de premios y recientemente el concedido en ese país de tanta tradición plástica como Holanda, que la nombró hace unos meses “Artista del año 2021”. Los que la conocen bien me aseguran que Lita Cabellut se interesa cada día más por la cultura asiática. El grito de oriente se escucha en su taller. La artista ha sabido agarrar a manos llenas la luz de la luna, las sombras de Rembrandt, el delirio abstracto de Pollock y los negros de Goya. Tal vez vuelva sus ojos, quizá los haya vuelto ya, hacia el Extremo Oriente con rescoldos de Wang Wei y Tu Fu, con los haikus de Basho. Shanghái se convertirá en poco tiempo en la meca de los artistas, como durante muchos años lo fue París, después Nueva York, tal vez ahora Berlín.

La pintura para Lita Cabellut es, como para Leonardo, poesía que se ve y no se oye. La artista aragonesa pinta con dos tacones lo que se verá mañana burlando la dictadura de los críticos. Está pisando ya la otra vanguardia y se presenta ante el mundo, desde su quijote abismal, “encantadora como Jerusalén, terrible como un ejército en orden de batalla”.