Ars Magazine

January - March 2021

Portfolio: Bodas de Sangre

Text by Javier Santiso

LA PINTURA COMO DUENDE

Lita paints as one who starts in life, as in the beginnings of everything, of love, of death when the dresses become too big or too small when spring awaits the flowers and the sun eats the fields, in bites, as if they were skewers, lips, kisses, meat. Lita does not paint with her hands, but with her eyes, from the inside out, she paints with Duende, as a bailaora would do, a la Rothko, a la Lorca, with those black sounds that pierce the canvas when she breaks it, punching when life won't give up. The Duende is not in the throat, nor for a painter, on the tips of the hands or the tips of the fingers. The Duende speaks, lives, vibrates with all its truth, and then the painting arrives, in jets, like a flood, at once, it comes from within, rising throughout the body, from the soles of the feet to the tips of the feet. nails. The Duende is the arms that are thrown, the colors that remain slaughtered, dark as blackberries as if they were scratches, skies in jealousy, dark and beautiful as green almonds, like lines that fall in love and do not want to separate.

The series Bodas de Sangre that Lita Cabellut has created is a before and after, a turn, a start, pure Duende, steel that turns into snow, air that melts into iron. Here the eyes shine like blades; the canvas, strangled, the canvas is plagued with screams. Under the layers of paint, the faces seek air, like fish in the puddle seek to breathe, the faces become traces, they remain in remains poisoned bodies, scorpions that writhe in the bonfire of colors. To paraphrase Lorca, some painters let themselves be led by the hand of the angel (who dazzles) or the muse (who dictates), painters who let art spill over them as if it fell from the sky or who hear voices, murmurs, or silences as if poetry were illuminations. But both, angel and muse, come from outside, nothing to do with the Duende that comes from the womb, from the depths, because "the Duende must be awakened in the last rooms of the blood." Lita is not a woman, nor is she a gypsy, she is not a street girl, she is simply an immense artist, pure Duende: an artist who paints from within, who paints as she loves, without fear, bursting the violets, skipping all conventions, combining triptychs that are at the same time figuration, abstraction, flare, she paints joyfully dynamiting all the nonsense of modern art, which likes to put labels, boxes, medals, to one another, qualify and disqualify, giggles and bolts. You have to see Lita, when autumn still does not dare, entering the arena of the Prado Museum as she did on October 5, 2019, you have to see her hang one of her canvases, and suddenly, remove the nails, take it down of the cross, fold it like a shroud, see her give all the possible blows so that she wakes up, as if, with all the strength of her life, she wanted to burst death. And then you have to see her reposition the canvas on the wood and then let the holy miracle of artwork, that the beautiful painting becomes sublime. Suddenly in front of the astonished eyes of 500 people, all astonished, there is silence, because they have just witnessed something much more valuable than all the gold in the world: they have just seen the miracle of art.

Lita pinta como quien arranca en la vida, como en los comienzos de todo, del amor, de la muerte, cuando los vestidos se quedan demasiado grandes o demasiado pequeños, cuando la primavera espera las flores y el sol se come los campos, a bocados, como si fueran espetos, labios, besos, carnes. Lita no pinta con las manos, sino con los ojos, de dentro hacia fuera, pinta con duende, como lo haría una bailaora, a la Rothko, a lo Lorca, con esos sonidos negros que se clavan sobre la tela, cuando la rompe a puñetazos, cuando la vida no se rinde. El duende no está en la garganta, ni tampoco para un pintor, en la punta de las manos o en los alfileres de los dedos. El duende habla, vive, vibra con toda su verdad, y entonces llega la pintura, a chorros, como una riada, de un tirón, llega desde dentro, subiendo por todo el cuerpo, desde la planta de los pies hasta la punta de las uñas. El duende son los brazos que se lanzan, los colores que se quedan degollados, oscuros como moras, como si fueran arañazos, cielos en celos, oscuros y bellos como almendras verdes, como líneas que se enamoran y no quieren separarse.

La serie Bodas de Sangre que ha creado Lita Cabellut es un antes y un después, un giro, un arranque, puro duende, acero que se convierte en nieve, aire que se funde en hierro. Aquí los ojos brillan como cuchillas; la tela, estrangulada, el lienzo se queda plagado de gritos. Bajo las capas de pintura, los rostros buscan el aire, como peces en el charco buscan respirar, los rostros se hacen rastros, se quedan en restos, cuerpos envenenados, alacranes que se retuercen en la hoguera de los colores. Para parafrasear a Lorca, hay pintores que se dejan llevar de la mano del ángel (que deslumbra) o de la musa (que dicta), pintores que dejan que el arte se derrame sobre ellos como si cayera del cielo o que oyen voces, murmullos o silencios, como si la poesía fueran iluminaciones. Pero ambos, ángel y musa, vienen de fuera, nada que ver con el duende que viene del vientre, de lo más hondo, porque «al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre». Lita no es una mujer, ni tampoco es una gitana, no es una niña de las calles, es simplemente una inmensa artista, puro duende: una artista que pinta desde dentro, que pinta como ama, sin miedo, reventando las violetas, saltándose todas las convenciones, combinando trípticos que son a la vez figuración, abstracción, fulguración, pinta dinamitando con alegría toda la tontería del arte moderno, al que le gusta poner etiquetas, casillas, medallas, a los unos y a los otros, cualificar y descalificar, risitas y cerrojos. Hay que ver a Lita, cuando el otoño todavía no se atreve, entrando en el ruedo del Museo del Prado como lo hizo un 5 de octubre de 2019, hay que verla colgar uno de sus lienzos, y de pronto, quitarle los clavos, descolgarlo de la cruz, doblarlo como un sudario, verla dar todos los golpes posibles para que se despierte, como si, con toda la fuerza de su vida, quisiera reventar la muerte. Y luego hay que verla volver a colocar la tela sobre la madera y dejar entonces que obre el santo milagro del arte, que el cuadro que era bellísimo se convierta en sublime. De pronto delante de los ojos atónitos de 500 personas, todas pasmadas, se hace el silencio, porque acaban de presenciar algo mucho más valioso que todo el oro del mundo: acaban de ver el milagro del arte.